Sólo un rayo de sol podía acariciar su mano, mientras que el resto de su rígido cuerpo estaba hundido en la fría oscuridad que reinaba en todo el almacén. A pesar de su longeva edad, pues le restaban un par de años para llegar a su primer centenario, el General contaba con una excelente memoria; sólo le bastaba concentrarse y en un santiamén estaba de nuevo en el centro de la plaza principal de aquél pueblo. Aquella plaza estaba tapizada de un color verde jade, y adornada por diversas flores que dejaban escapar su fragancia cada vez que el viento las invitaba a bailar. Los hermosos arbustos estaban colocados en hilera, semejando a una escolta de la realeza. Y alrededor guardias gigantes que con sus fuertes ramas protegían la plaza.
Desde su privilegiado sitio podía contemplar todo lo que ocurría en aquel prodigioso lugar, niños corriendo en torno a la fuente, amantes deambulando por los pasillos, viejos amigos disfrutando de una partida de ajedrez, y soñadores sentados en alguna banca acompañados por un sabio libro.
Fueron cinco años de estar en lo alto, testigo de tanta felicidad, hasta que un día los gigantes no pudieron impedir la forzosa entrada de aquellos monstruos de acero que escupían piedras de fuego. Las risas se convirtieron en llanto, el correr por el simple placer de hacerlo se convirtió en la única forma de salvarse, las familias fueron obligadas a separarse y el sol se debilitó permitiendo el paso de una neblina tan espesa que obligaba a caminar con cautela.
Hombres extraños, oscuros, armados, se dirigieron hacia el General, se burlaron de él, le arrojaron piedras, después lo sujetaron con cadenas y a la cuenta de tres lo derribaron.
Al parecer lo que él representaba era muy querido para ese pueblo, por tal motivo, cuando las tropas enemigas se retiraron, los habitantes de dicho lugar decidieron rescatarlo y esconderlo en un almacén; sin embargo la depresión, los cambios políticos y el transcurso del tiempo lo dejaron en el olvido.
Noventa y tres años después el General continúa oculto en el viejo almacén, añorando aquella buena época, de la cual sólo le queda ese rayo de sol que se cuela por la única ventana existente de ahora su hogar. ¡Cuánto daría por volver a estar en ese bello lugar!, ¡Sólo un instante más!.
Noventa y tres años después el General continúa oculto en el viejo almacén, añorando aquella buena época, de la cual sólo le queda ese rayo de sol que se cuela por la única ventana existente de ahora su hogar. ¡Cuánto daría por volver a estar en ese bello lugar!, ¡Sólo un instante más!.
Cierta mañana, como diez hombres se acercaron a él, -¡tanto tiempo de no ver humanos!- pensó, de repente todo fue confuso, una manta cayó sobre su rostro, los hombres hablaban entre sí, sintió movimiento, escuchó el sonido de unas ruedas, movimiento de nuevo.... la manta continuaba encima de él, pero a través de ella podía apreciar un punto luminoso, lo cual le causó perplejidad.
La manta resbaló, y frente a él cientos de personas aplaudiendo, una banda ambientando al son de las trompetas y de los tambores, globos multicolores flotando en el cielo y un sol reluciente a lo alto sonriendo. ¡De nuevo estaba en el centro de la plaza, pero esta vez era más hermosa, más majestuosa y más viva!.
Una niña se acercó a él y con asombro vio que de los ojos de bronce una lágrima brotó.
Texto: Nohema Rios
Imagen obtenida de: www.recsa.com