domingo, 15 de noviembre de 2009

La Coleccionista de Estrellas



A sus 5 años la regadera del cuarto de baño era su mejor escenario para cantar y el chorro de agua que brotaba de ella era una gran cascada de luces plateadas que la separaba de su público, ella sólo necesitaba atravesarla para que la música naciera de su garganta.
Su amiga inseparable era una bolsa llena de frijoles, a quien consideraba la muñeca más bella que pudo haber existido. A tan corta edad ya era dueña absoluta de mil sonrisas, a cada una la usaba de acuerdo a la ocasión, pero se podría decir que eran tres las sonrisas que más iluminaban su rostro; una se asomaba en su cara cuando tenía enfrente de ella un suculento y cremoso pastel de chocolate; la otra aparecía, acompañada de sonoras carcajadas, cuando jugaba con su mascota Frida, una perrita bóxer color cappuccino; pero la sonrisa más hermosa que se le dibujaba era cuando su papá aparecía por la puerta después de una larga jornada laboral.
Aunque disfrutaba sumergirse en el mundo de la fantasía y pretender como si ésta ocurriera, existía algo que le encantaría se volviera realidad. Era su mayor secreto, un deseo imposible, inalcanzable; sin embargo cada vez que apagaba con su aliento el fuego de las velas de su pastel, o cuando arrojaba una moneda a la fuente de los deseos, o antes de que el viento arrastrara a la pestaña que había descubierto en su mejilla, pedía, inundada de emoción, que algún día se le concediera el deseo de atrapar una estrella.
A su 28 años la regadera del cuarto de baño era el lugar en donde se podía asear, pero con rapidez, ya que el tiempo no era el mismo de su niñez, éste se había vuelto fugaz y una vez que pasaba ya no se podía recuperar. Su amiga inseparable era la duda, pues era la única que amanecía con ella, la acompañaba durante el día y dormía con ella.
Aunque el correr de los años se encargó de borrarle poco a poco muchos de los recuerdos de su niñez, ella seguía conservando sus mil sonrisas, y en el fondo aún tenía creencias quiméricas. Por tal motivo aquél deseo inverosímil de su niñez reposaba en pos de ser parte de lo real.
Una noche de Enero no podía conciliar el sueño, ya que la luz radiante de la luna llena se asomaba por los recovecos de las persianas de su recámara, y se trepaba hasta su rostro llegando a hacerle cosquillas en su nariz. Rendida ante tal hostigamiento, se levantó de un salto con mucha molestia y dirigiéndose a nadie se quejó de que no podía dormir; la Luna sonrojada le explicó que su única intención era arrullarla mientras ella soñaba. Sorprendida ante lo sucedido, pues jamás se había visto que los astros se comunicaran verbalmente con las personas, permaneció en un estado de estupor, posteriormente se alentó a preguntarle de manera muy cortés que cómo era posible que estuviese soñando, si ni siquiera estaba durmiendo; la Luna sólo señaló hacia la cama y ella se vio a si misma abandonada en un plácido sueño, mientras que ella, o parte de ella, o su espíritu, o lo que fuera flotaba a siete metros sobre el suelo. Al verse así sintió miedo, por tal motivo su ser se desplomó hacia la nada, pero justo a tiempo la Luna logró atraparla con sus manos.
Como ella había ocultado su mirada con sus manos, no se dio cuenta de lo ocurrido, por lo que al descubrirse los ojos sólo vio una profunda oscuridad, de repente creyó ver luciérnagas brillantes que comenzaban a bailar en rededor suyo; sin embargo a medida que se acercaba a ellas se daba cuenta que no eran luciérnagas, por un momento su corazón brincó de emoción al pensar que tal vez eran estrellas, pero no quiso precipitarse... se detuvo, cerró sus ojos, respiró y al abrir sus ojos pudo contemplar el majestuoso manto de estrellas que la envolvía; ante tan bello espectáculo, muchas gotas cristalinas resbalaron por sus mejillas, sentía una inmensa dicha que se mostró a través de una sonrisa en sus labios, la sonrisa número mil uno acababa de nacer.
La Luna la invitó a tocarlas sin temor, ella al principio lo hizo tímidamente, pero al ver que a las estrellas les agradaba la sensación, se animó a abrazarlas y a jugar con ellas. No sé cuántas horas transcurrieron, ya que en esos lugares mágicos el tiempo no existe, lo que sí sé es que ella acabó rendida de sueño sobre la panza esponjosa de una nube y entre sus brazos acogía a las estrellas que la acompañaban en sus sueños.
Al despertar se asombró al ver que estaba acostada sobre los escalones de su casa, pensó para sus adentros que sólo había sido un maravilloso sueño. Al pasar por un espejo notó que sus pijamas estaban llenas de un polvo dorado brillante, de nuevo la sonrisa número mil uno apareció... no fue un maravilloso sueño, fue una maravillosa realidad.
A sus 30 años, cualquier lugar era el mejor escenario para cantar. Era dueña de mil y una sonrisas, y su amiga inseparable era la Luna, quien siempre la arrullaba por las noches y de vez en cuando le enseñaba nuevos mundos. Ya no necesitaba atrapar a una estrella, pues siempre que quisiera podía regresar con ellas y jugar hasta terminar dormidas encima de alguna acolchonada nube.

Escrito el 26 de Enero de 2009. Dedicado a mi gran hermana del alma: Jesica, dueña de mil y una sonrisas, amiga de una bolsa llena de frijoles y de la Luna, ahh y coleccionista de estrellas y de los corazones que hemos tenido la fortuna de conocerle.

Texto: Nohema Rios
Imagen: Luciita

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